El propósito era desposeer a los deportados de cada uno de los elementos que los definían como individuos para reducirlos a su condición más desnuda y primigenia, hasta que, como escribe Primo Levi, «ya no hay nada que sea nuestro: nos han quitado la ropa, los zapatos y el pelo. Si hablamos, no nos escuchan, y si nos escuchasen, no nos entenderían. Nos quitarán incluso el nombre, y, si queremos conservarlo, tendremos que encontrar dentro de nosotros la fuerza necesaria para hacerlo: para hacer que, detrás de nuestro nombre, siga habiendo algo de nosotros, de lo que éramos». Kazimierz Smolen, uno de los supervivientes del Holocausto, relataba el desarraigo cultural y el trato al que eran sometidos los presos de los campos nazis: «Cuando me llevaron, el 6 de julio de 1940, me dieron el número 1.327. Desde entonces, y durante poco menos de cinco años, no volví a usar mi nombre». Pero si las palabras de estos supervivientes no despiertan empatía ni hacen comprender la naturaleza del exterminio judío, los números pueden dar una visión clara de estos crímenes.

En busca del sentido

En Auschwitz murieron 1.100.000 personas. 900.000 fueron asesinados nada más llegar. De ellos, 200.000 eran niños. Como prisioneros solo fueron admitidos 200.000. «El 75 por ciento de las personas tenían una esperanza de vida de cuatro horas. Y eso si las cámaras de gas estaban ocupadas con los pasajeros de otros trenes que habían llegado antes. Para el resto, salvando las excepciones, lo general es que vivieran alrededor de tres semanas», comenta Luis Ferreiro. La lectura de «El hombre en busca de sentido», de Viktor Frankl, que relata las vivencias en estos «lager» le concienció sobre el exterminio del Tercer Reich. La consecuencia han sido ocho años de esfuerzos para sacar adelante la exposición que ayer inauguró en el Centro de Exposiciones Arte Canal Madrid: «Auschwitz». Una muestra itinerante que arranca en España y que pretende enseñar al público, a través de objetos originales procedentes de este campo y vídeos de los supervivientes, lo que sucedió. Robert Jan van Pelt, uno de los comisarios, explica el objetivo, que es «abrir la imaginación a lo que ocurrió, porque esta es la historia más difícil de contar. Hablamos de un lugar donde se mataron a cientos de miles de niños. No había discusión sobre este asunto en la selección del campo. Ellos pasaban directamente a las cámaras de gas. Nuestra idea básica del humanismo es que los mayores defienden a los pequeños. La SS abandonó ese principio. Uno de los oficiales que explicaba por qué asesinaban a los chicos aseguraba que enían que morir porque, según él, “son niños, pero mayores serán judíos”».

La exposición no arranca con la construcción de Auschwitz, sino antes. Retrocede hasta comienzos del siglo XX y las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, al origen del antisemitismo en Europa. «Hoy hay que tener cuidado para no volver a una situación como la de Auschwitz –advierte van Pelt–. AEs un símbolo de alerta, porque no costaría demasiado regresar a un contexto como el que lo hizo posible. No nació de la noche a la mañana. Su historia es la de la gente que no quiere vivir con otros distintos a ellos. Ahí están los temores a otras razas, el miedo al otro. Hoy llegan a Europa miles de refugiados. Estos campos sobreviven en situaciones que de degradarse más podrían ser similares a los de esos campos de concentración. Por ahí es como comienza el viaja hacia a Auschwitz».

El recorrido, que recoge conversaciones con Hannah Arendt y da voz a los testigos, es un largo trayecto por el Holocausto. Se describe la selección que conducía a unos a la muerte y a otros a convertirse en esclavos. Un hombre relata cómo se separó de su esposa y su hija. «Nos dijimos adiós con la mano… fue la última vez que la vi». Una mujer cuenta: «Me solté de la mano de mi madre. No sé por qué. Y ya no la volví a ver». Henryk Tauber confesó: «Encontrábamos montañas de cuerpos desnudos doblados por la mitad. Tenían la piel rosácea, roja en algunas partes. Otros sangraban por la nariz. Muchos estaban sucios de excremento. Recuerdo que había un número considerable con los ojos abiertos y aferrados unos a otros. La mayoría de los cadáveres estaban aplastados alrededor de la puerta. En cambio, no había tantos cerca de las columnas de malla metálica. La ubicación de los cuerpos hacía pensar que habían intentado huir de las rejillas y llegar a las puertas».

Un punto donde el relato de los guardias alemanes resulta estremecedor es cuando hablan de cómo gaseaban a los presos. Pery Broad, un soldado de la SS, dice: «Maiximilian Grabner y Franz Hössler estaban de pie en el tejado del crematorio. Grabner se dirigió a los judíos, que no sospechaban que iban a encontrarse con su destino: “ahora los van a bañar y a desinfectar, porque no queremos ninguna epidemia en el recinto. Cada uno de ustedes se ocupará en el campo conforme a su condición profesional. ¿A qué se dedican? ¿Hay algún zapatero entre ustedes? Los necesitamos con urgencia; así que no duden en presentarse ante mí después”. Sus palabras despejaban cualquier duda o atisbo de sospecha». Los oficiales alemanes se jactan de mentir a los judíos para conducirlos engañados hasta esas cámaras de gas. Una infamia más que sumar a lo que ha sido uno de los capítulos más infames del pasado europeo.

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